Todos los sábados Konán, Amuén y Ayá se levantan con una ilusión especial.
Es el día en que acompañan a la Abuelita Karité y a la tía Adyuá al mercado para vender la cosecha familiar. Se visten con sus paños más bonitos y salen juntos camino de la ciudad, con grandes palanganas de ñame, mandioca y cacahuetes sobre sus cabezas.
Las horas se pasan volando porque la abuelita va contando anécdotas por el camino.
Por fin, llegan al mercado, un lugar de lo más interesante. Allí hay montones de gente que vende helados, botes repletos de caramelos, refrescos de fruta, galletitas dulces, cuadernos con pastas de colores y todo tipo de cosas raras para ellos y que no se encuentran en el poblado.
Mientras la abuelita prepara el puesto, los niños ayudan a algunos amigos que estén solos a colocar sus productos y curiosean a su antojo.
Pero luego vuelven con ella y resulta un gran apoyo, porque son tan simpáticos que nadie pasa por delante de su puesto sin llevarse algo.
Y la verdad es que le hace mucha falta venderlo todo porque si no es un desastre, ¡UN AÑO MAS SIN PODER IR A LA ESCUELA!
Nada más vender el último cacahuete, recogen rápido y compran unos buñuelos de plátanos riquísimos que se los van comiendo de regreso a casa.
¿Qué hacían los sábados estos niños con su abuelita?
¿Se sentían felices? ¿Por qué?
¿Qué nos enseñan?